Los ojos de Carmen Rosa Montano no se despegan de la computadora portátil, montada, a modo de puesto de mando improvisado, en la sala de su casa. "Desvíate, desvíate…", intenta convencer al ciclón que le enfila el ojo desde la pantalla. Mientras, también en silencio, cuenta los minutos para desconectar la olla eléctrica donde se cuece lo que será comida de reserva familiar para los próximos días, hasta que el meteoro la deje volver a casa.
La escena se repite, quizás con pequeñas variaciones, con cada huracán que se acerca a la isla caribeña. Esta mujer, meteoróloga y apasionada cazahuracanes, terminó siendo, por azares de la vida y gracias a su preparación, la única cubana directora de un Centro Meteorológico provincial. Para colmo, le tocó nada más y nada menos que el de la provincia de Pinar del Río, territorio donde con más frecuencia tocan tierra los meteoros tropicales. "Es difícil…", reflexiona.
Acomodar aspiraciones profesionales y responsabilidades domésticas fue para ella una necesidad temprana. Desde su época de estudiante universitaria, en la antigua Unión Soviética, las estrategias de Carmen Rosa y su esposo, para que no se les quedara nada sin hacer, sembraron los cimientos para que hoy pueda batallar con los huracanes sin que otro tipo de meteoro asalte su vida.
Ella había pedido la especialidad de Meteorología en primera opción y, tras un año inicial de preparación preliminar en la central provincia de Villa Clara, se fue a estudiar al Instituto de Hidrometeorología del Mar Negro, en Odesa. "Allí me formé como meteoróloga y especialista en sinóptica, que es la especialidad de los pronosticadores del tiempo", precisa.
Como estudiante, en Cuba, conoció al que hoy es su esposo, y en segundo año de la carrera, en sus primeras vacaciones, decidieron casarse. "Regresamos a Odesa como un matrimonio e hicimos una vida familiar", recuerda.
En el penúltimo año de la carrera, de forma inesperada, quedó embarazada. "Habíamos tratado de evitarlo; sabíamos las responsabilidades que implicaba tener un hijo y nos habíamos comprometido a terminar los estudios", dice mientras recuerda aquellas difíciles circunstancias de ocuparse de un bebé, a la par de estudiar lejos de la casa y sin posibilidad de recibir ayuda de la familia.
"Pero vino el niño y decidí tenerlo, aun cuando sabía que tendría que esforzarme el doble. Fue mi elección y mi esposo me apoyó". El bebé vivió en Odesa alrededor de año y medio y fue quizás en esa época cuando la pareja sembró las bases de una estrecha cooperación familiar que la ha acompañado toda la vida.
¿Ambos estudiaban y compartían los tiempos para cuidar al bebé?
Una casualidad nos ayudó durante toda esa etapa: yo comenzaba mis clases en horas de la tarde y mi esposo, por su parte, las recibía en la mañana; en las tardes le tocaban los laboratorios y otras materias que podía ir ajustando y recuperar, incluso, en las noches.
Entonces comencé a extraerme la leche materna para no dejar de dar de lactar al niño, y mi esposo se la tibiaba, de acuerdo con una recomendación que nos hizo el médico en aquel momento. Paralelamente, lo alimentábamos con frutas hasta que yo regresaba.
¿Cómo te las arreglabas para estudiar?
Mis compañeras escribían con papel carbón las conferencias a las que yo no podía asistir. Yo las estudiaba y después me evaluaba. Así pude terminar mi cuarto año y defender, incluso, una especie de curso de maestría que se hacía allí, con tesis y todo. Cuando estuve de vacaciones en Cuba, había recopilado los datos y trabajé sobre la ciclonología tropical.
Después vinieron las prácticas en el Instituto del Mar Negro, también con el niño pequeño. Todos esos fueron retos y desafíos. Nosotros dos cuidábamos al niño. Nunca se lo di a nadie a cuidar porque mis compañeras eran muy jóvenes y yo tenía miedo de que le pasara algo al pequeño. Asumimos aquello con tremenda responsabilidad. Tenía entonces 22 años.
¿Qué hiciste cuando regresaste a Cuba? ¿Cómo terminaste dirigiendo el Centro Meteorológico de Pinar del Río?
A finales del quinto año de estudios volví con el niño y mi carrera vencida. Comencé a trabajar en el Centro Meteorológico Provincial de Pinar del Río, en el departamento de Pronósticos; luego, por problemas de vivienda, me fui a Matanzas, de donde es mi esposo, pero no resultó. Trabajé en el Instituto de Matanzas durante siete meses y después decidimos regresar a Pinar del Río, de donde no me he movido más.
Aquí fui jefa de sistemas básicos asociados a la meteorología, del departamento de Pronósticos y luego pasé a ser la directora del Centro. Estamos en un proceso de remodelación, en proyectos de superación y desarrollo. Yo estoy preparando mi doctorado. Nunca he tenido conflictos por ser mujer en el centro, aunque las responsabilidades de la maternidad han marcado mi desempeño profesional desde que estudiaba. Por supuesto, tengo apoyo familiar y el de mi equipo de trabajo, que nunca me ha dejado sola.
Carmen tuvo dos hijos más después que regresó de Odesa y ya es abuela de un nieto de meses, nacido de ese hijo mayor que decidió tener cuando era estudiante. Entre la montaña de argumentos con los cuales explica las razones de sus arreglos cotidianos, dos se convierten en regla: voluntad personal y apoyo familiar.
"Mi esposo también es un profesional y un dirigente, es decano de una facultad en la Universidad de Pinar del Río y tiene responsabilidades con sus estudiantes cuando se acerca un huracán u otra contingencia meteorológica: tiene que evacuarlos, movilizarse. Pero siempre he contado con su apoyo", explica.
Cuando él también se ausenta, recurren a otros arreglos familiares que garanticen "la retaguardia". Así ocurrió entre septiembre y octubre de 2002, cuando dos meteoros pasaron por Cuba con una diferencia de menos de 15 días. El esposo no estaba en casa, cumplía una misión fuera de la isla, y la familia de esta meteoróloga tuvo que reordenar su cotidianeidad.
"Estaba con mis tres hijos y mis padres, ya viejitos y enfermos, pero nos pudimos organizar. En mi familia, cada uno ha tenido que tomar una responsabilidad específica. Todos reconocen la importancia de mi trabajo y saben que no lo puedo abandonar en los momentos difíciles", precisa.
"Conmigo no sucedió que los niños estaban cerquita de sus mamás cuando el viento soplaba fuerte. Casi nunca pude pasarles la mano por la cabeza, tranquilizarlos, ni apretarlos contra mí, que es lo que dicen los psicólogos que se debe hacer para que no sientan miedo. Yo tengo que dejarlos con antelación, y eso mi familia lo entiende bien. Primero mis padres, que ya fallecieron, mi esposo, y ahora los muchachos, que ya son grandes."
"En casa todos saben que, cuando llega el momento, yo debo asumir mi responsabilidad, y tengo que hacerlo con tranquilidad, sin preocupaciones. En esos momentos todo es importante y la población, que es más que mi familia, tiene que recibir una información adecuada, que la persuada de lo que puede suceder con el paso del huracán, y la ayude a tomar decisiones. Una persona intranquila no puede dar informaciones confiables, ni pedirles a los decisores que adopten determinada medida", enfatiza.
Fuente: SEMLAC
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